Por Carla Núñez (septiembre 2023)
¿De qué hablamos cuando proclamamos nunca más? ¿A qué nos comprometemos? ¿Qué es lo que no queremos repetir? Fácilmente, quizás se nos viene la experiencia traumática de la violencia estatal, la represión, la tortura. Pero eso no nos puede dejar ciegos ante todas aquellas violencias discursivas, soterradas, silenciosas que favorecen los caminos que nos llevan a las expresiones más feroces del horror.
Debido a nuestra historia como países, y las distintas situaciones de violación de derechos humanos como una práctica sistemática de parte del Estado, quien es y debería ser el principal garante de derechos, las organizaciones de derecho internacional han estimado una serie de mecanismos reparatorios tanto para las victimas directas como para las comunidades en su totalidad. Dentro de ellas, las garantías de no repetición son una parte fundamental de la reparación integral en casos de violaciones de derechos humanos.
Es por lo anterior que en el año 2005, las Naciones Unidas elaboraron los “Principios y directrices para la reparación completa y efectiva”. Entre sus elementos relevan entre otros, la importancia de la generación de garantías de no repetición. Así mismo, el año 2012 la Relatoría especial sobre justicia transicional de la ONU, considera esta arista como parte fundamental de los procesos reparatorio. Lo que a su vez, lo mismo estipula la Corte Interamericana de DDHH (CIDH) en base a la Convención Americana de DDHH del año 1969.
Por lo tanto, las garantías de no repetición deben ser un elemento central a considerar al momento de determinar las bases de un proceso de reparación integral a las sociedades afectadas por este tipo de experiencias. Dentro de estas medidas, podríamos considerar aquellas que están vinculadas a educación. Y con ello no se reduce a la educación formal, sino que debiese considerar todas aquellas modalidades educativas, así lo considera la declaración de naciones unidad del año 2011 al conceptualizar la “educación en DDHH”.
A grandes rasgos podemos comprender la educación en DDHH como “…la formación, información, sensibilización y aprendizaje que tienen por objeto promover el respeto universal y efectivo de todos los DD.HH. (…) contribuyendo a la prevención de los abusos y violaciones de los ddhh al proporcionar a las personas conocimientos y capacidades de comprensión y desarrollar aptitudes y comportamientos para que puedan contribuir en la creación y promoción de una cultura universal de derechos”.
Hablamos de un ejercicio que no se reduce a su carácter cognitivo, sino que incluye elementos experienciales que promuevan el cambio cultural. La Caleta en sus más de 30 años de historia ha desarrollado una serie de metodologías, procesos y estrategias para favorecer estos procesos de cambio cultural por la instalación transversal de los derechos humanos en la vivencia cotidiana de las comunidades, sobre todo de los niños y niñas que forman parte de ellas.
Las niñeces han sido históricamente sujetos subvalorados en la vida comunitaria. Visualizados como valioso en la mirada de futuros adultos, las niñeces vivencian en su cotidiano el adultocentrismo.
Es innegable que muchas niñeces viven diariamente las dificultades de condiciones estructurales que no les permiten desarrollarse en su potencial, que no les garantiza la vivencia real de sus derechos, a mas de 30 años de firmada la convención que se comprometía a ello.
El nunca más, no se reduce a que no vivamos nuevamente el horror de la desaparición forzada y la tortura, el nunca más nos interpela a construir cotidianamente los fundamentos de la vida democrática con espíritu crítico, favoreciendo espacios para la escucha, la construcción colectiva, la cooperación.
Educar en derechos humanos, es una práctica cotidiana que no se reduce a conocer la historia (aunque ello sea esencial, porque quien no conoce su historia estará condenado a repetirla), sino que nos invita a generar espacios que por ejemplo reconozcan y validen la capacidad de agenciamiento de las niñeces, la importancia de su participación activa, en horizontalidad, la disposición de los adultos a acompañar y no a decretar, el desafío de compartir el poder para construir en pro, de algo mucho mas grande que nuestras individualidades, en pro de la vida en común.